Friday, July 18, 2008

Raíces


No hace mucho le comentaba a mi papá una observación que hizo Ezequiel acerca de mi comportamiento durante nuestra última visita a New York City. Ezequiel se fijó que a mí no me da la nostalgia por el terruño patrio que a él sí. Del mismo modo que él sufre del patriotismo disparado por la separación, le ocurre igual a mi hermano, a familiares y amistades ... según me cuentan, es encontrarse de pronto rodeado por todo aquello que es grandioso, exaltado, fabuloso, las maravillas del mundo civilizado ... y sin embargo encontrarse con que están extrañando las brisas tropicales y el chirrido del coquí en el patio.

Y pensándolo bien, Eze tiene razón: a mí no me da eso. Como él lo dijo en ese momento, a mí me sueltan en las calles de New York City y yo sigo caminando sin mirar hacia atrás, sin brindarle un segundo pensamiento a Puerto Rico (y sus garitas y sus palmas y sus güiritos flotando en el aire al lado de los reyes magos tallados en madera... sí, estoy segura que en esas mierdas es en lo que piensa la gente cuando empiezan a extrañar a Puerto Rico ... jamás se les ocurre extrañar el tapón tan jodido de la Milla de Oro un lunes en la tarde, o en lo difícil que es conseguir un fucking estacionamiento en Plaza las Américas en los fines de semana).

Esta mañana se me ocurrió preguntarme por qué no me salía del corazón extrañar a Puerto Rico a la distancia. ¡A no equivocar esto con odio! A mi Puerto Rico me parece hermoso en su caos y desorden: no sólo tiene un ecosistema fascinantemente variado, sino que la misma civilización, en su violencia y cafrería, en lo pintoresco de sus personajes, es una obra maestra de la evolución y de-evolución.

Pero si me voy de viaje, si levanto el vuelo ... no lo extraño. Extraño a mi familia y a mis amistades, seguro! Pero a Puerto Rico como entorno no.

Así venía hoy de camino al trabajo, pensándolo ... y de pronto sonó "Estadio Azteca" de Andrés Calamaro, y se me aguaron los ojos - taco instantáneo en la garganta. Y me dí cuenta en ese momento que, jodido como suene, el patriotismo del que sufro es heredado. Las ansias por un terruño patrio no son por mi propia patria sino por la de mi papá. Imposible como suene, pero mi lealtad está atada a un país que ni siquiera conozco bien.

La añoranza que mis compatriotas sienten cuando oyen los acordes de un cuatro se despierta en mí cuando oigo "El Cóndor Pasa". Mis compañeros boricuas ven las playas como la primera señal de Casa, yo sueño todavía con visitar nuevamente los montes y valles que marcaron el compás de una de mis navidades hace más de diez años.

Es cuestión de percepciones heredadas, creo yo.

O tal vez, a diferencia de muchísima gente, mis raíces no se agarran del tronco del árbol del cual nací, sino del terreno al cual le he dedicado mi corazón.

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